sábado, 12 de abril de 2008

El viaje inacabado (recordando a Trino 1ª parte)















Los dos primeros días habían sido intensos, teníamos muchas ganas de volar y de divertirnos. Queríamos exprimir aquel viaje a Chile desde el primer momento, y la verdad es que lo estábamos haciendo al cien por cien. Aunque el grupo era numeroso, diez pilotos y una acompañante, Isa la pareja de Trino, de distintos clubs e incluso de distintas formas de ver la vida, el buen rollo nunca faltó.

El primer día nada más llegar volamos en la Portada. Para volar allí es imprescindible que el viento este fuerte, de lo contrario es peligroso salir a volar pues sólo hay una posibilidad de aterrizar en la pequeña playa que hay debajo del acantilado que hace de despegue. El resto de 8 km de ladera son acantilados donde si pinchas vas al mar, y de la manera que chocan las olas contra las rocas, no me hubiese gustado aterrizar allí. Recuerdo cómo Trino, con su gran control de la vela, fué el primero en sujetar su parapente ante el fuerte viento y salir a volar en aquel sitio desconocido para él. Yo ya sabía que era un gran piloto, el resto del grupo apenas lo conocía y se quedó gratamente sorprendido de ver como movía el parapente en el suelo mientras a mi me arrastraba por la arena a muchos metros porque no había forma de sujetarlo.

Siempre que se vuela en la portada es simplemente espectacular. A veces sueño con esa imagen del Pacífico a mi izquierda, el desierto de Atacama a mi derecha, los acantilados, las rocas y los pelícanos debajo, el cielo azul encima, y delante los parapentes, intentando hacer equlibrio en esa cuerda floja imaginaria que es el viento cuando choca con el acantilado y sube lo justo para mantenerte en ese palco de honor para ver un gran espectáculo. Cuando recuerdo esa imagen simplemente creo que soy un afortunado.


Al día siguiente quedamos con los parapentistas de Antofagasta para volar. Yo ya conocía al Koka de mi viaje anterior y ese día conocí a Ralph, a Pato, a Rubén, a Oliver y al resto de los parapentistas de aquella ciudad. Subimos a volar al cerro de Llacolem, muy cerca de la ciudad. También fue un día memorable de vuelo, pues aunque brumoso nos permitio darnos un gran vuelo en aquella ladera que se plagó de parapentes. La brisa laminar que venía del mar nos hizo jugar unas horas en la ladera. La espectación fue grande, incluso las televisiones locales recogieron aquellas imágenes y entrevistaron a Mariano en el despegue y a Paco Tran después de haber aterrizado con sus gafas de ver las térmicas; recuerdo al Tran hablarles a los periodistas de las bondades del país con su peculiar forma de hablar.


Si el día fué intenso la noche no lo fué menos. Los "piscos" con coca cola animaron la velada en una sala de fiestas, donde la gente celebraba sus cumpleaños y disfrutaba del fin de semana. Cuando el cantante del grupo de música que animaba la noche nos preguntó quién éramos los miembros de esa gran mesa que no parábamos de reír y que estaban acabando con la reserva de pisco del país, yo, sin cortarme un pelo, le conteste que eramos la Selección Española de Parapente que estábamos entrenando en aquella ciudad para un campeonato internacional. El aplauso de la discoteca fué sonoro y desde aquel momento las miradas de las mujeres se hicieron menos disimuladas y a nosotros se nos subió el pavo. Desde aquí quiero pedirles con dos años y medio de retraso perdón a la Seleccion Española de Parapente por ursurpadores. Al final de la noche, e invitados a los últimos "piscos" por el dueño del local nos acompaño a la puerta y nos brindó su local para fiestas posteriores, que nunca llegaron.

Ese día comenzó el hermanamiento entre los pilotos de Antofagasta y los de Murcia, y fué el último buen día de un viaje inacabado.





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Por que contententarnos con vivir a rastras si sentimos el anhelo de volar